Ella vino en la madrugada, con un camisón transparente. Se quedó inmóvil un rato, quieta, como una estatua de alabastro. La amarilla luz led nocturna teñía todo de un color como de película antigua: viejo, desteñido recuerdo.
Su desnudez entró en mi cama, y con ella la estalactita y su fría gota en la frente; y los recuerdos de mi vida entera, como si vivieran todavía en algún momento del corazón para el pasado al que se nos deja volver.
Me hizo el frío amor de la muerte. Volví a ser el niño errante sobre el carbón de los oteros, ya entonces de castaña y verde: camino angosto que entre sebe y sebe sube hasta la tierra imperio de los asturcones; allí en donde el Ojo de Buey mira la inmensa extensión de la tierra frente al bravísimo mar cantábrico, en Peña Mea.
Ella vino de madrugada, se fue también antes del alba; y cuando se iba, le pregunté:
-- ¿Quién eres?
-- Lo que dejo - dijo.