Camilo-Julio Verne Nemo, que así se llamaba mi abuelo materno, apenas si pegó ojo la noche del lunes veintisiete de agosto de mil novecientos veintiocho. Quien esto cuenta se llama pues Julio Verne, como el escritor y dramaturgo francés, y es también amante de la escribanía aunque con menos suerte que aquel, puede que por falta de oficio, quién sabe, o por alguna circunstancia relativa al talento, que todo puede ser. Vivía en aquel tiempo el abuelo Camilo en la casa que aún se mantiene en la Calle Real frente a la farmacia, entonces y ahora casi abajo del todo de la cuesta que sube hasta la iglesia románica, aquí en Santa de la Sierra. A día de hoy, el edificio está en serio proceso de descomposición, a las puertas de un derrumbe que hace ya años parece inminente. Aunque casado y con hijos ─ Antonio-Jesús, de cinco añitos, quien sería con el discurrir del tiempo mi padre, y Cipriana-Juana con poco más de dos meses de vida ─, mi abuelo compartía el hogar paterno con sus hermanos, dos mujeres y un hombre, todos más jóvenes que él, todos ellos varados en la soltería. En la planta baja, el suelo era de tierra y cantos rodados prensados. Al doblado, que así llamaban al segundo piso donde tenían la habitación conyugal mi abuelo y mi abuela, se subía, candil en mano, que la economía familiar no daba para más, por una escalera de piedra sin barandilla que arrancaba hacia las alturas nada más entrar en la casa, a mano izquierda. Abajo estaban las habitaciones del resto de la familia, la cocina, la sala de estar, todo con paredes encaladas bajo bóvedas de crucería, que era lo que se llevaba entonces, y la salida al pequeño patio de los animales de labranza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario