Sueños perrunos

     Al principio escribía sobre el papel de un cuaderno rayado que me había comprado mi padre en el economato minero, con un lápiz de carpintero que me había regalado mi primer maestro por ser un alumno aplicado, Don Gerónimo, letra a letra, con la lentitud de la perezosa mano infantil del parvulito que era, con la caligrafía del novel escolar, más deforme que ornamentada, inclinada hacia la diestra, la lengua fuera de la boca, entre unos labios abiertos por la inexperiencia y la dificultad. Todo esto era la expresión de un pensamiento que soñaba con expandirse más allá de la oscuridad del cerebro humano: necesidad de soltar lastre, escribí años después. Luego, cuando terminé con aprovechamiento las clases de mecanografía y conseguí un tercer premio en el décimo concurso literario para la juventud, que convocaba cada año la Delegación de la Juventud y la Sección Femenina de Asturias en los años setenta, mi premio es del setenta y cuatro, con la máquina de escribir: ¡qué música de ingenios en aquel salón de la infancia! Y ahora, más de medio siglo después, escribo aquí, en la sala de estar de la casa que fuera de mi madre, hora mía, bajo el techo abovedado, en el folio en blanco que genera mi ordenador sobre el televisor que utilizo a modo de monitor. Son las trece horas y casi treinta minutos. Nela, la perrita que me cuida los días, dormita a mi derecha, tendida en su camita de sueños perrunos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario